146: Reunión de Egresados

¿Te acordás de cuando el chino Brescia le tocó el culo a la turca Nahima? —interrumpió Fer.

¡Como para no! —replicó el Mono en un acto reflejo. ¡Cinco amonestaciones colectivas nos costó esa joda!

Reunión de egresados, edición vigésimo octava. Siempre la mirada puesta en un ayer de sombras largas como las del crepúsculo.

Somos como el hacha de Rivadavia —comentó Marilina como al descuido.

¿A qué te referís? —intervino Noelia con curiosidad.

—Al hacha de Rivadavia, a la que primero le cambiaron el mango y después el filo. Somos igual. Orgánicamente hablando, renovamos la totalidad de nuestras células al cabo de siete años. Calculá.

—Pero nos quedan los recuerdos y esos no se renuevan.

—No, pero se contaminan. No hay que confiar ciegamente en la memoria, acomoda los recuerdos a su antojo.

¿Se acuerdan de cuando el chueco Suárez le tocó el culo a la petisa Sampaoli? —interrumpió Fer.

145: Metálico

Temprano puso a llenar la bañera y aprontó las sales: no quería llegar tarde a la cita. Última.

Le sucedió una vez en su juventud incipiente. Tendría dieciocho. O diecinueve. Lo que sí es indudable es que tenía la Yamaha Genesis, regalo del padre, siempre dado a consentirlo en sus caprichos más absurdos aun poniendo en riesgo su vida. Armónica.

Aquel día quedó grabado a fuego en su memoria. Aquél en que llegó un poco antes. O quizá después. Nunca estuvo muy seguro. Tampoco de haber salido indemne del suceso. Trágico.

Puso a volar la moto por la autopista; presentía que se retrasaba. Un bulto se cruzó en el camino, tal vez un perro. La maniobra por eludirlo provocó el accidente. Múltiple.

¿Debió aminorar la marcha para llegar a tiempo? Ahora sabe que no faltará al encuentro. Crítico.

El agua de la bañera comenzó a teñirse de un rojo. Metálico.

144:

Se aman con locura
Se odian a muerte
Se aborrecen
Se insultan
Se dicen palabras melosas al oído
Se gritan en la cara
Se hacen el amor
Se hacen la guerra
Se odian entre sí
Se odian a sí mismos
Se acarician con ternura
Se torturan con saña
Se traicionan
Se hieren
Se superan
Se envidian
Se salvan unos a otros
Se salvan solos
Se dan vida
Se la quitan
Se sacrifican por los demás
Se explotan
Son generosos hasta la médula
Son mezquinos hasta el hartazgo
Son abyectos
Son héroes
Son miserables
Son adorables
Son repugnantes
Son solidarios
Son egoístas
Son valientes y dignos de admiración
Son cobardes y repulsivos
Son insoportablemente insoportables
Son capaces de darte una mano
Son capaces de quitarte los ojos
Son promesa de decadencia
Son a imagen y semejanza
Son la última esperanza
Son hombres
Muchos buscan la felicidad
Algunos lo consiguen
Todos mueren

143:

Pudo haber tenido una estrella más venturosa de haber adquirido las características de su madre, que era una verdadera diosa. Desafortunadamente, y todo porque al creer ella en la profecía mudó su preferencia sentimental, heredó las debilidades de su padre, un ser algo oscuro y por eso mismo más cercano a la imperfección que caracteriza a los humanos.

Pero es bien sabido que una madre hará hasta lo imposible cuando está en juego la vida de su hijo, incluso intentará modificar las inquebrantables letras que a hierro y fuego los hados del destino han escrito. Fue así que sumergió al pequeño en un fuentón de agua bendita para infundirle inmortalidad, de modo que su anatomía quedara empapada de ella.

Mas como de algún lugar tenía que sujetarlo, hubo un distrito del cuerpo que el agua no alcanzó a impregnar, permaneciendo entonces vulnerable a cualquier ataque.

—Aquiles, ya no te quiero.

142:

Juan es un chico de la calle. Sin padre ni madre por forzosa elección. Huyó de casa a los ocho escapando de las palizas del padre y de los vicios de la madre. O al revés, qué más da. Hace dos años que vive a la buena de Dios y de quienquiera apiadarse de su alma infantil limpiando acaso un poco su mugrienta conciencia por dos pesos. Una noche de invierno, mientras dormía, se le apareció un genio que le prometió cumplir todos sus sueños en un solo acto mágico. Yo creo que eran el frío y el hambre que lo hacían alucinar. Un paty —dijo Juan, que sabía que lo urgente no da paso a lo conveniente. En un pispás tenía una humeante hamburguesa entre sus manos ateridas. ¿Qué es lo conveniente, de cualquier modo? Si hay algo peor que no haber cumplido ningún sueño es haberlos cumplido todos.

141:

Hay un mito urbano que ha prosperado en las mentes débiles capaces de creer que una constelación de estrellas, aparentemente cercanas para el ojo terrenal pero hasta cientos de años luz distantes unas de otras, pueda tener influencia en la insignificante vida del hombre y cosas por el estilo. Según este mito, existe en la ciudad un portal mágico cuyo traspaso efectúa en el paseante un cambio tal que se podría afirmar que uno egresa en un otro diferente al que ingresó tras haberlo cruzado. Se dice que, aunque a veces considerable, en la mayoría de las ocasiones el cambio es tan sutil que pareciera no haberse verificado. Por supuesto que nadie ha dado aún con la cabal ubicación del portal, incluso algunos aseveran que cambia permanentemente de locación. Claro que también estamos los escépticos que aseguramos que absolutamente todas las puertas surten el mismo mágico efecto entre los mortales.

140:

Fue en el sector más alejado y nauseabundo del casco. Créame que usted no soportaría estar ahí más de dos minutos. En esa pequeña parcela de tierra donde se destinan los desechos orgánicos de la isla, las barreduras que resultan de la limpieza de los corrales de las aves, estiércoles de todos los animales de granja que imagine y más. Es cierto que se entierran, pero con las copiosas lluvias de primavera el lugar se transforma en un lodazal que rezuma una agüita pestilente y boñigas apestosas. En ese sitio, le decía, vino a crecer una orquídea silvestre, una subespecie que no es propia de esta isla. Es probable que la semilla la haya traído algún pájaro migrante desde una latitud lejana. Lo concreto es que el distrito más pestilente y nauseabundo dio cobijo a la flor más hermosa de la isla. Los nativos la veneran como símbolo de esperanza.

139:

No me pidas que te dé el corazón, no porque no quisiera regalártelo envuelto en papel de estraza y rematado con piolín de algodón, sino porque me lo dejé enredado una noche de enero entre sábanas y tequieros. Ni mis ojos desnudos me pidas, porque fueron a abrigarse tras aquellos que nunca se dignaron a mirarme de verdad. Te daría mis manos torpes pero ya no las tengo, porque prefirieron permanecer embriagadas en la seda de su piel. Con las letras de tu nombre te haría un poema y mi voz te cantaría la melodía que solo los enamorados pueden oír sin que les resulte ridículamente cursi, pero las musas me abandonaron y el sonido de mi voz, montando el Pegaso de mi aliento, quiso ir volando a cautivar sus oídos, siempre sordos a mí. Eso sí, amor mío, lo que queda del resto de mi nada es todo tuyo.

138:

Los coleccionistas son personas obsesivas por el orden, que observan un cierto desapego por la realidad y que siempre desayunan café con leche con medialunas de manteca. Conocí muchos individuos dados al acopio de los más variados objetos, desde sellos de correo hasta estampas de futbolistas del campeonato metropolitano del ’79. Pero sin duda el más extravagante de todos fue Alberto, quien vivió obsesionado por completar un mazo de cartas francesas encontradas en la calle. La colección al principio avanzaba rápidamente. El problema comenzó cuando estuvo a punto de completarla. Llevaba sesenta y cinco años juntando cartas, solo le faltaba el as de corazones. Una tarde, al cruzar la Plaza San Martín tal como lo hiciera miles de veces en su vida, vio en un banco el lomo ajado de un naipe. Al voltearlo dejó rodar una lágrima sobre el cuatro de tréboles. Ahí mismo dio por concluida la búsqueda.

137:


Ahm sacudió la modorra de mi casilla de correos con otro cuento cortísimo.

Para recordarte tengo que preparar el ambiente. Encender un cigarrillo. Cerrar las ventanas porque llueve. Tomarme un café a sorbos. Y ahí sí, abrir la puerta a la ausencia y regodearme en ella. Como un grifo que no cesa, que me empapa, que me hace agua los presentes. Pero hoy no sale. No sé por qué. Se queda ahí tu recuerdo, estancado en el patio de atrás de los adioses, empacado como mula. Yo, que no entiendo bien los caprichos ajenos, le hablo con paciencia maternal, lo tiento. Nada, oídos sordos. Me muerdo las uñas, repito el ritual del cigarrillo, las puertas, el café… Nada, caso omiso. Grito, lo maldigo, lo amenazo, le juro nuncajamases, le lloro un poco también. Y cuando veo que es batalla perdida lo despido, cierro la puerta de la ausencia, y me quedo acá, como ahora: empezando a teclear otro recuerdo que sea más domesticable.

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