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Los coleccionistas son personas obsesivas por el orden, que observan un cierto desapego por la realidad y que siempre desayunan café con leche con medialunas de manteca. Conocí muchos individuos dados al acopio de los más variados objetos, desde sellos de correo hasta estampas de futbolistas del campeonato metropolitano del ’79. Pero sin duda el más extravagante de todos fue Alberto, quien vivió obsesionado por completar un mazo de cartas francesas encontradas en la calle. La colección al principio avanzaba rápidamente. El problema comenzó cuando estuvo a punto de completarla. Llevaba sesenta y cinco años juntando cartas, solo le faltaba el as de corazones. Una tarde, al cruzar la Plaza San Martín tal como lo hiciera miles de veces en su vida, vio en un banco el lomo ajado de un naipe. Al voltearlo dejó rodar una lágrima sobre el cuatro de tréboles. Ahí mismo dio por concluida la búsqueda.

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